Mirábalo
el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza de su grande locura, y de que, en
cuanto hablaba y respondía, mostraba tener bonísimo entendimiento: solamente
venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de
caballería. Y así, movido de compasión, después de haberse sentado todos en la
verde yerba, para esperar el repuesto del canónigo, le dijo:
-¿Es
posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y
ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de
modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos
de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad?
Y
¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha
habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto
famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania,
tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos,
tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos,
tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes,
tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos,
tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes; y, finalmente, tantos
y tan disparatados casos como los libros decaballerías contienen?
De
mí sé decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar
que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero, cuando caigo en
la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con
él en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal
pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la común
naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y
como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por
verdaderas tantas necedades como contienen.
Y
aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los
discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con
vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso
encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o
lleva algún león o algún tigre, de lugar en lugar, para ganar con él dejando
que le vean.
¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y
redúzgase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue
servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio en otra letura
que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra!
Y
si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas
y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que
allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un
Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Anibal, Cartago; un Alejandro,
Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo
Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes, Estremadura; un Garci Pérez
de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla,
cuya leción de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar,
deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Ésta sí será
letura digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor don Quijote
mío, de la cual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado
en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin
cobardía, y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha;
do, según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen.
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