jueves, 25 de abril de 2019


De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna


-¿Estamos seguras, señor caballero? Porque no tengo a muy honesta señal haberse vuestra merced levantado de su lecho.
-Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora -respondió don Quijote-; y así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado.
-¿De quién o a quién pedís, señor caballero, esa seguridad? -respondió la dueña.
-A vos y de vos la pido -replicó don Quijote-; porque ni yo soy de mármol ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día, sino media noche, y aun un poco más, según imagino, y en una estancia más cerrada y secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a la hermosa y piadosa Dido. Pero dadme, señora, la mano, que yo no quiero otra seguridad mayor que la de mi continencia y recato, y la que ofrecen esas reverendísimas tocas.
Y diciendo esto, besó su derecha mano, y la asió de la suya, que ella le dio con las mesmas ceremonias. 

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